Las Águedas.
A
las seis de la mañana del domingo pasado, todos estábamos como había dicho
Patrocinio el día anterior, con las patas de punta, en la gran explanada que
frente a la entrada principal de la casona hay, todos menos las cinco gatas que
se ocupan del servicio doméstico, que aunque se encontraban levantadas aún no
habían bajado con los cuchillos y demás utensilios que para la matanza íbamos a
necesitar. Viendo que estas tardaban en incorporarse a las tareas
que el sábado Don Zacarías les había encomendado que a primera hora de la
mañana debían realizar, ni corto ni perezoso se ha dirigido a las dependencias
que estas ocupan, con el fin de apercibirlas que se estaban retrasando, pero en
el momento de entrar en el vestíbulo desde el que se accede a las citadas
dependencias, le han empezado a caer escobazos de los que hacen época,
escobazos dados con toda el alma puesta en ellos, al final ha conseguido
escapar como Dios le dio a entender de semejante agresión, agresión llevada a
cabo por sorpresa, de tal calibre ha sido esta, que cuando ha querido
reaccionar ya le habían caído encima por lo menos un par de docenas de ellos,
dos días lleva renqueando de los cuartos traseros, en la oreja derecha debe de
haberse llevado un buen escobazo, pues algo inflamada sí que la tiene. De cómo
le han dejado la cámara de fotos de la que ya se había provisto, sin
comentarios. Una nueva ha encargado ya.
No
había terminado de salir Don Zacarías, con el rabo entre las patas, cuando
comenzó a sonar el típico tamboril y la flauta charra que la primera de las
gatas y al frente de las cuatro restantes, vigorosamente el tambor repicaba y
la flauta con tal dulzura tañía que mucho profesionales si la hubieran
escuchado, envidia hubieran sentido, todas ellas iban ataviadas con el traje
típico de la región, repartieron escobazos a diestro y siniestro al tiempo que
nos dijeron que si no habíamos oído hablar del día de las Águedas, entonces
caímos en la cuenta que nos íbamos a cargar con todo el trabajo del día, es
decir, todas las labores de la matanza corrían de nuestra cuenta.
Cuando
ya se encontraban a bastante distancia, una de ellas se dio la vuelta y a voz
en grito nos dijo: A las 00 horas volvemos, que se os dé bien la matanza y como
todos sabemos el día de las Águedas, y para que la tradición se cumpla año tras
año, es el día en que las gatas toman el mando y hacen y deshacen a su antojo
lo que les viene en ganas y buenas juergas que se pasan, hasta con algo de
aguardiente algunas se atreven.
Visto
el panorama, nos hemos dirigido a buscar el ibérico que más convenía a Don
Kerkus, pero con la mala suerte de que con el alboroto montado por las Águedas
nos habíamos olvidado de coger el gancho de hierro para sujetarlo por el hocico
y ahí es cuando hemos visto el valor, la valentía, hasta arte diría yo, en la
forma de sujetar un cerdo ibérico de considerable peso, quince arrobas de peso
lanzadas a toda velocidad contra “la banda de los festines”, que se han puesto
en fila a estilo “FORÇADO”, lo han sujetado y derribado al primer intento. Una
vez sujetado lo han conducido fácilmente a la explanada, donde ya se encontraba
Don Kerkus acompañado por tres de sus sobrinos, unos preciosos cachorrillos con
cara de sueño, pero que al ver al cerdo, esa cara de sueño les ha desaparecido
y han empezado a jugar entre ellos.
Una
vez que al cerdo se le ha dado muerte, no sin antes aturdirlo con la debida
descarga eléctrica, se han tomado muestras de diversas partes de su anatomía e
inmediatamente Don Kerkus las ha recogido en su debida forma y se ha dirigido
al veterinario con el fin de analizarlo y descartar cualquier tipo de
enfermedad, mientras, lo hemos deshecho en piezas y a cada una se le ha dado el
correspondiente destino, con el fin de hacer morcillas, chorizos, lomo adobado
y todo lo que en una matanza se hace, pues del cerdo se aprovecha todo.
Cuando
ha vuelto Don Kerkus, con solamente verle la cara todos sabíamos que el cerdo
no padecía ninguna enfermedad, cosa que oficialmente nos comunicó en el momento
de bajarse del auto.
Acto
seguido, se ha asado, el rabo del sacrificado y se ha repartido entre los tres
sobrinitos de Don Kerkus, cosa que han celebrado enormemente y hemos hecho de
este pequeño acto las delicias y la felicidad de estos pequeños, pues por su
edad no dejan de ser unos seres indefensos. Akila y con el permiso de Don
Kerkus ha comido tres buenas raciones de tocino delante de todos, en mi opinión
no lo ha hecho por que pase hambre, más bien ha sido la forma de demostrar en
público, que aún siendo de nacionalidad egipcia, es gatólico.
Lo bueno
del día ha estado cuando alguien le ha preguntado con un poco de sorna a
Don Zacarías y desde el anonimato si hoy no había tomado alguna foto, para
rememorar los hechos acaecidos.
Se
ha dirigido a Eumeo y le ha rogado que por favor le deje el teléfono de última
generación y con él ha sacado no menos de una docena de fotos relacionadas con
la matanza.
Entonces
-dijo- las mandamases de hoy cuando regresen se llevan una sorpresa, pues
posiblemente hayan pensado que no seriamos capaces de terminar todo sin su
ayuda.
A
media tarde hemos terminado con todas y cada una de las tareas que Don Kerkus
nos ha ido encomendando y que bajo su experta dirección fielmente hemos
cumplido, todo ha quedado, para sorpresa de algunas, felizmente
terminado.
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